La precariedad y el descuido con que en ocasiones se
publica ciencia-ficción ha permitido que ciertos fallidos o gazapos, que no
deberían haber visto la luz, alcanzaran el papel impreso. La falta de rigor de
algunos editores, la torpeza producto del cansancio o el sencillo error humano
hicieron que algunas de estas erratas se convirtieran en auténticos
despropósitos.
Aquí
ofrecemos una breve lista de estos ocasionales deslices, algunos integrados ya
al acervo de anécdotas del fandom mientras que otros son expuestos aquí por
primera vez. Los hay que demuestran que detrás del error hay oscuridad e
ignorancia, otros son fruto de mentes habitualmente lúcidas. Y para comenzar,
justamente, una perlita del mejor pensador que tiene la ciencia-ficción en
español: Pablo Capanna.
Analizando —o más bien
despedazando— El único enemigo: el tiempo,
de Michael Bishop, en la revista Minotauro
5 (2ª época), página 19, Capanna afirma:
“La novela de Bishop obtuvo el premio Hugo de 1982, lo cual
no sólo lleva a dudar del Hugo (es sabido que el Nebula es mucho más confiable)
si no de la creatividad en la ciencia-ficción actual.”
El caso es
que el premio Nebula suele ser más confiable que el Hugo, como afirma Capanna,
pero no ha elegido el mejor ejemplo: la novela de Bishop ganó el Nebula, no el
Hugo, para el que ni siquiera estuvo nominada. O sea que es un buen
contraejemplo de lo que afirma ¿o no?
Más singular es el caso de
Fernando Madrazo Palacio quien, en su artículo "Sheri S. Tepper. ¿Nazismo
feminista en la ciencia ficción?", publicado en BEM (nº 56, abril-mayo de 1997, pag. 17), afirma: "...
podríamos compilar una lista de las autoras femeninas de ciencia-ficción desde
Shelley hasta Le Guin que no sería muy larga, y en la que no nos olvidaríamos
prácticamente de nadie: C. L. Moore, André Norton, Keith Laumer, Joanna Russ,
Marion Zimmer Bradley, Kate Wilhelm (cuya novela Donde solían cantar los dulces pájaros fue el primer premio Hugo de
novela ganado por una mujer) y, por fin, Ursula K. Le Guin".
Ya es un hallazgo esto de autoras femeninas (¿habrá otro tipo de autoras?), pero los
gazapos de relevancia son otros. Keith
Laumer no puede quejarse ya pues hace años que no cuenta entre los vivos, pero
seguramente se sentiría muy incómodo en esta lista, porque si bien mamá y papá
le pusieron un nombre de género indeterminado, él siempre jugó del lado de los
varones. ¡Ay, ese vicio de poner ejemplos por poner! Pero Madrazo bate el
récord de desatinos en un párrafo: Wilhelm no fue la primera mujer en ganar un Hugo
en la categoría novela: cuando lo hizo Le Guin ya tenía dos.
La facilidad de algunos para poner los dedos
sobre el teclado para hacer enumeraciones debería ser contenida de alguna
manera. Sino, adviertan lo que sigue de la siempre fértil pluma de Miquel
Barceló, conocido aficionado español y director de la colección Nova de
Ediciones B:
“Para mí tienen valor o interés literario algunas
obras (que no todas...) de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Jorge Luis
Borges, Pedro Páramo, Carlos Fuentes, Miguel Delibes, Manuel Vázquez
Montalbán y varios más, por citar sólo autores que escriben en español.” (en Asimov
Ciencia Ficción 14, diciembre 2004, pág. 182.). Vale preguntarse aquí qué
obras de Pedro Páramo no le han caído a su gusto. ¿Juan Rulfo?
Ahora, un delicioso gazapo
científico, de El corazón del cometa,
de David Brin y Gregory Benford (Barcelona:
Acervo, 1987):
"—No estamos muy lejos
—convino Carl—. A treinta U. A.(1) de distancia. Tiene que ver
nuestro sol. Ahora no es mucho más brillante que la luna llena en una noche del
desierto" Y en la nota al pie se lee: “(1) U. A. Unidad Angström. Se
emplea en la medición de longitudes de onda de luz y otras radiaciones (N. del
T.)”
El ångström es una medida para
registrar distancias moleculares equivalente a la diez mil millonésima parte de
un metro: a treinta ángstrom del sol más que verlo, se hubieran freído en el
instante. Claro, U. A. corresponde a unidad
astronómica, aproximadamente la distancia media entre la Tierra y el Sol. Por si
acaso, los traductores fueron dos: J. Sampere y A. Herrera, cosa de que se
puedan echar la culpa mutuamente.
Pero si hablamos de
resbalones del sentido común (más que científicos), es ingenioso éste que nos
hizo llegar Ricardo Castrilli. La historia gira en torno al contacto de dos
razas, la nuestra y los reverenciados T’sai, que le imponen una prueba a
nuestros congéneres: “Tenéis hasta la puesta del sol en el planeta Régulus al
que os dirigís, unas doce horas a partir de ahora, por vuestro tiempo.“ Esto se
lee en la página 183 del cuarto volumen de Imperios
galácticos, una antología preparada por Brian W. Aldiss, y corresponde al
relato “Los intrusos”, de Roger Dee, de 1954. Dee (Roger Dee Aycock) 1914-2004) fue un escritor del montón,
prolífico a comienzos de los ’50, que probablemente sólo sea recordado por
presentar un planeta en el que, contra todas las leyes de la lógica y de la
física, el sol se pone simultáneamente en toda su superficie. ¿O será un mundo
unidimensional?Claro que si algunos pecan por violar leyes naturales sin sentir culpa, también ocurre lo contrario, como es el caso de Larry Niven, un adalid de la rigurosidad científica. Sino, lean el texto que abre Un mundo fuera del tiempo: “A quien posea una primera edición de Ringworld [Mundo Anillo]: consérvela. Es la única versión en la cual
Una todavía más sutil, que ha pasado desapercibida hasta ahora y cuyo responsable no soporta más el secreto y por ello nos lo ha confiado para su divulgación, es la siguiente: en inglés, en la serie Heechee (‘Pórtico’), de Frederik Pohl, a partir del segundo volumen aparece un personaje llamado Whitenoise, pero el corrector, Juan Carlos Planells, lo leyó como Whitenose y se convirtió en Narizblanca en lugar de Ruidoblanco. El error nació en la edición de Ultramar y subsiste en la de Ediciones B. Ya va siendo hora de que lo corrijan, o habrá que excomulgar a Planells.
Para concluir este repaso un clásico que ya ha tomado rango mitológico, al punto en que algunos no creen que exista. Pues bien, se puede verificar en el número 11 del Isaac Asimov’s Ciencia Ficción, que editó Picazo a comienzos de los ’80, en la pág. 62. Allí se lee: “... publicó la primera novela de Edgar Rice Burroughs, Bajo las lunas de Marte, y después Tarzán de los Alpes...”. El lector distraído podría pensar que se trata de una de las tantas novelas escritas por Burroughs que hicieron mundialmente conocido al muchacho del taparrabos, pero no, es que el ‘apes’ (monos) aquí mutó en montañoso significado. El perpetrador de esta acción que debería estar tipificada en el Código Penal es Miguel Giménez Sales, cuyas traducciones por sí mismas valdrían un número especial de Cuásar.
Hasta aquí llegamos con los gazapos y fallidos de esta edición. Gracias a Ricardo Castrilli, Juan Carlos Planells y Juan Carlos Verrecchia por la asistencia. (Publicado en Cuásar 44)
¡Excelente entrada!
ResponderEliminarMuy divertrido. Y difícil. Los errores ortográficos y de redacción siempre me saltan a la vista, pero estos requieren más información.
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